lunes, 4 de mayo de 2015

La alucinante Bibo burguer

Encontrábame con unos amigos (en efecto, que sea un caníbal reprimido no me hace un ser asocial), paseando por unas conglomeradas calles en pleno centro urbano cuando de repente, mi tracto digestivo empezó a gorgotear fluidos biliares: era clara señal de apetito y necesidad de nutrirme.

Por suerte, mis acompañantes también tenían a sus tractos digestivos exigiéndoles comida, así que me ahorré el esfuerzo de recurrir a alocadas amenazas para coaccionarles a comer inmediatamente.

El lugar a escoger: un sucio, mugroso, pestilente y abarrotado McDonalds. Estaba enfrente del local, cegado con cierto dolor ante esa "M" antinatura y amarillenta y dudando de entrar, pues soy reacio a McDonald y la mugre que llaman "hamburguesas". Mis amigos, estaban dispuestos a asumir el riesgo de intoxicarse así que les acompañé en caso de que alguno necesitase atención fúnebre. Me fijé entonces entre los chillones carteles de propaganda y los mocosos prepúberes exudando hormonas, una promoción: la Grand McExtreme Bibo.


Ante aquel nombre tan rimbombante y extremadamente gay, me quedé prendado. Necesitaba una, anhelaba una, mataría por una.

Me aproximé al mostrador, donde una dependienta  atareada y con el rostro demacrado me atendió. Yo, como buen cliente, pregunté con cortesía:

-Buenas, quiero esa hamburguesa con pinta cojonud..
-Calla coño, espera- Dijo la dependienta. Entonces, vi cómo se agachaba bajo el mostrador para instroducirse con fuerza lo que parecía ser caspa por la nariz.-Aaaah, si claro, la hamburguesa Bibo de marras, ahora va.

Y en un pis pas, la dependienta me trajo una sudorosa y caliente bolsa de papel con estampados dignos de dibujos coreanos. El aroma que desprendía era extraño pero embriagador. No podía esperar más: necesitaba probar ese gourmet genérico que tenía entre manos.

En efecto, la hamburguesa eyaculó al verme



















Lo cogí entre mis manos. El pan tenía  tacto a madera, y por su aspecto estoy seguro de que realmente estaba hecho de la leña de los crematorios de algún campo de concentración nazi.


La lechuga tenía aspecto de plástico barato, al igual que la cebolla. La carne parecía un hígado disecado en asfalto, probablemente hecho con el cadaver de algún perro atropellado.
Y rezumaba una amarillenta loncha de queso, acompañada de un inmiscuible líquido blancuzco de extraña naturaleza.


Dirigí pues la hamburguesa a mi amenazante mandíbula, y con mi musculosa dentadura, arranqué un pedazo.
Comenzé a masticar violentamente tan dudoso manjar, paladeé la carne, hallando matices pestilentes, relamí los vegetales sudorosos... y súbitamente exclamé:
-Ostia puta, esta salsa es de setas alucinoglglglglgl...



Por mi barbilla inerte empezó a gotear una saliva macilenta. Todo a mi alrededor empezó a desvanecerse.



Estaba todo oscuro, intentaba dar pisadas a un suelo indistinguible del fondo. De repente, ante mis narices se me presentaba una montaña de fastuosas proporciones, de laderas rojiblancas, y destacaba una cima compuesta por un águila calva pero de espesa y colosal barba. El águila dirigió su mirada cual foco escogiendo un concursante en un plató de TV.

-Hey jodeputa, hora de probar el sabor de la libertad- graznó la montañosa águila.


Acto seguido extendió unas poderosas alas huracanando el ambiente, su frondosa barba me absorbió como si de un agujero negro de propiedades extrafísicas fuese, me transportó por un túnel de sabrosas imágenes y coloridos sonidos jamás imaginados por ser humano en la Tierra.

Entonces aparecí sobre un ring, desafiando así toda norma literaria si es que alguna vez ha habido una.
A mi alrededor veía un público compuesto por monjes shaolin sedientos de sangre, platicando ruidosamente.
Entonces en medio del cuadrilátero  surgió un diminuto árbitro, empuñando un micrófono como si de un lucero del alba fuese, y se dirijió al público:
-Daaamos y caaaballeraaaas, hoy auditamos el combate del milenio. Un combate de fuerzas cósmicas sin igual, sin amaños, sin tediiiooooooooo. A mi izquierda tenemos a nuestro visitante, con un peso de 1013 toneladas, puro concentrado de titanio,napalm , huesos y deuterio enriquecido..... ¡Quiiiiiiiimeeeeruuuuuuus!


Los monjes shaolin estallaron en ovación, yo automáticamente me moví con pesadez al centro del cuadrilátero.
 El árbitro volvió a hincharse el pecho, literalmente, hasta convertirse en un zepelín del 3er Reich lleno de megáfonos.

-Y en la eeeeeesquina derecha tenemos al mítico, al leyenda de leyendas, un  hombre salido de la norteamérica profunda, jamás ha conocido derrota alguna, imitado por unos, plagiado por otros, inigualado por nadie: ¡Rooooooooocky Marcianooooooooooooo!

En efecto, enfrente mía se acercaba el archifamoso peso pesado  que jamás fue noqueado, Rocky Marciano. Me miró a la cara, yo le enseñé mi dentadura llena de clavos y dientes, él no hace ningún gesto porque su rostro es un patatal de cartílagos y coágulos.


Entonces, del fascista Zepelín surge un oficial de las SS sentado en un trono de calaveras, levanta el brazo y grita:

-Atención Kombatientes, a sus esquinas. Las reglas son sencillas: ¡Kombate a muerte!


Entonces las campanas del apocalipsis sonaron, dando la señal de inicio. Adopté la postura de defensa, pero Rocky Marciano ya estaba machacándome el costal derecho como si su mano fuese un martillo pilón. Yo intentaba esquivar y aguantar sus golpes, intentaba ver donde acertarle, pero los esquivaba con rapidez.

Entonces me arriesgué. Mientras Rocky Marciano realizaba una especie de swing inclinado hacia abajo con su diestra, yo con mi zurda realicé un uppercut supersónico dirigido a su mano derecha.

El impacto habría sobrepasado el límite de la escala Ritcher. El guante de boxeo de Rocky Marciano se hinchó como un globo, y estalló en una lluvia de hemoglobina y huesecillos  astillados. Pero mi puño no se detuvo: atravesó su muñeca,  despedazó los tendones que unían el cúbito y el radiocon la mano, ambos se alejaron entre sí degarraron la piel del antebrazo y formando una tétrica ballesta con los músculos arrastrados.

Pero mi puño siguió, no paraba, y además de aplastar  el húmero de Rocky Marciano, se llevó por delante su omoplato sin antes incendiar su torax por fricción.

Claramente había derrotado a  Rocky Marciano, el cual  se retorcía por el suelo mientras sus pulmones ardían. Yo sin embargo empecé a ascender, es como si mi puño fuese la cúspide de un cohete; porque en efecto, mi puño era la cabeza de un cohete, mis pies propulsores al rojo vivo.

Ascendí hacia el firmamento, atravesando el Zepelín nazi y flameando a su tripulación(hummmm, würst tostada y crujiente).

Acababa de convertirme en un misil interplanetario escapando de la gravedad terrestre a más de 50000 metros por segundo. No sabía a dónde iba, pero solo deseaba ir más lejos en pos de las estrellas.

En mi trayecto sideral, encontré un enorme feto tumoroso flotando en el espacio. No tuve reparos en atravesarlo y dejar un rastro de liquido amniótico flotando en el vacío.

Y no fue mi único encuentro: ante mí se apareció ese plagio barato de Zeus con pijama que es Dios, al cual le enfilé sus divinas pelotas, reduciendo la trinidad a padre y espíritu santo y quitando de en medio al hijo.

Mi viaje no se detuvo, quería ir más lejos, sabía que encontraría algo alucinante. Entonces, vi maravillado, extasiado, cómo a lo lejos se me aparecía un astro, un astro legendario...


¡La Estrella de la Muerte 2!

Entonces, en un sentimiento Freudiano, me dirigí a su enorme brecha.
Sentía cómo el Emperador me miraba a través de su torre de mando, con cara de constante lascivia, murmurando " Si, siiii, ven al lado oscuro". Y la penetré.

Y surgió una ultratitánica explosión acompañada de un orgásmico eco por toda la galaxia, sentía cómo mi cuerpo realizaba una fusión nuclear y eyaculaba radiación espasmosamente...



...y de repente, me hallo aquí. No recuerdo mucho desde que comí esa hambruguesa. Solo puedo decir que nunca la volveré a comprar (tal vez robar,  incluso emular) y que me duele mucho los testículos.

Creo que se a dónde ha ido a parar la salsa de setas...