sábado, 17 de junio de 2017

El doloroso suceso del abuelito Pin en Carabanchel

En el absurdo año de 1989, en el infame barrio madrileño conocido como Carabanchel, acaeció uno de los sucesos más extraños pero escasamente conocido de la historia de España. Antes de comenzar a relatar nuestro relato, hay que dar a entender que esta historia está co-protagonizada por dos personajes de lo más variopintos.

Uno de ellos es Anselmo de Guisada Núñez, un jóven amargado de 27 años que vive su breve vida sumido en el fracaso y la rutina (la cual intenta compensar con el sueño de algún día ser músico), teniendo por tarea ganarse a base de trabajos de dudosa legalidad el sustento para él y su único familiar ( lo cual nos lleva al siguiente personaje)...

Don Alfonso-Pineda Núñez Hortelano (conocido por su familia como "abuelito Pin" es un anciano de 72 años lisiado desde las vértebras cervicales hasta parte frontal de los muslos debido a que durante la 2a Guerra Mundial fue uno de los tantos soldados mandados por el gobierno dictatorial franquista a ayudar a las tropas del 3er Reich en la batalla de Leningrado. Durante una refriega, el abuelito Pin fue asaltado por un soldado del Ejército Rojo armado con un subfusil PPSh-41. La intención del soldado era reventar jocosamente los testículos del abuelito Pin, pero la imprecisión del arma automática junto a la torpeza combativa del soldado bolchevique sólo llevaron a rociar las 71 balas del arma alrededor de los glandes sexuales del abuelito Pin, dejándolo paralítico pero con un miembro viril completamente funcional con el que perpetuar, si era menester, su descendencia y de paso explicar evidencialmente la existencia de su nieto Anselmo.

Hecho ya el prefacio, nos zambullimos en la historia.

Estaba Anselmo en su piso cocinando  pobremente una judías pintas para deleite de su abuelito Pin, el cual chapoteaba puerilmente en la mugrienta bañera que servía en aquellos momentos para combatir los calores veraniegos que tan comunes eran en Junio. Dejando hervirse las judías, Anselmo se dirigió al baño para ayudar a sacar a su abuelito Pin de la bañera. El abuelito Pin era de cuerpo bajo pero redondo y desproporcionado hacia los lados, contraste chocante con sus flácidas y diminutas piernas a la vez que con su rostro encogido y arrugado cual arcilla reseca.

-¡Pásame las gafas que no veo nah!-bramaba el abuelito Pin.
-Espérate a que te saque antes abuelito Pin- decía Anselmo mientras sacaba dificultosamente a su abuelo de la bañera.
Tras enderezarlo sobre el borde de la bañera, Anselmo le colocó cuidadosamente las gafas.

-¡Tengo que cagar!-chilló el abuelito Pin nada más asentársele las gafas sobre la nariz.

Anselmo empezó deprisa a levantar al abuelito Pin, el cual no paraba de chillar su necesidad de excretar. La tapa del váter y el ano disfuncional del abuelo dificultó el proceso pero al fin el abuelito Pin estaba sentado y comenzó a soltar deposiciones estrepitosamente.

-Abuelito Pin podrías haber cagado antes de bañarte sabes, vas a volverte a manchar de nue..
-Yaterminao, enga a comer-interrumpió el abuelito Pin.

Anselmo vistió a su abuelo con una camisa de tirantes y unos pantalones de pana y lo colocó en la abollada silla de ruedas que usaba para moverse por el piso. El abuelito Pin rodó a toda velocidad a la diminuta mesa de la cocina donde acto seguido se colocó servilleta.

-Enga cojones que tengo hambre- gritó el abuelito Pin.

Anselmo soltó un suspiro, pero cogiendo la olla y dos cuencos comenzó a servir judías pintas. El abuelito Pin ni siquiera esperó a que terminase de servir, apretándose el cuenco de judías mientras se le servía. Anselmo se sentó y miró durante un rato a su abuelo comer.

-Escucha abuelito Pin, esta tarde me voy al concierto de Duran Duran que hay en el estadio Bernabéu. Vas a estar solo hasta las diez de la noche porque...

-Sírveme más anda que me has dao poco- interrumpió el abuelito Pin, haciendo caso omiso de su nieto.
-Abuelito Pin ya te has comido un plato nos tiene que sobrar más para mañana que no tengo mucho en la nevera...

-¡Que me dés ma' coño! Que tengo hambre. Si no te gastaras las pelas en escuchar música maricona comeríamos mejor. Si es que eres mátonto, vergüenza que vivas sólo tú, si te vieran tus padres y la güela...

-¡Basta!- dijo Anselmo enojado- Toma tus judías y deja de gritar.

Anselmo sirvió las no muchas judías que sobraban en la olla. El abuelito Pin volvió a deglutir su cuenco como si aún viviera en la posguerra. Anselmo intentó calmarse de sus nervios:

-Mira como decía antes de que me interrumpieras, vas a estar solo esta tarde. He llamado a Marisa pero no va a poder bajar de su piso porque va a estar reunida con unos parientes que celebran su cumpleaños.

-Pos quédate, no me vas a dejar solo- contestó el abuelito Pin.

-No abuelito Pin ya llevo un tiempo diciéndote que iba a ir al concierto.  Voy a dejarte en la cocina apuntado el número de teléfono de Marisa para que la llames, pero sólo si te ocurre algo serio. En el frigorífico hay empanada de pixto que se puede comer fría para cenar.

-Menuda porquería de cena- dijo el abuelito Pin mientras rebañaba  la cuchara con restos de judías pintas.

Anselmo se puso a recoger platos. El abuelito Pin se marchó rodando a toda velocidad  a la destarlatada salita con sofá que hacía de cama para Anselmo ya que su abuelo tenía ocupado el único dormitorio del piso. Con bastante habilidad, el abuelito Pin encendió el viejo Telefunken para ver la 1 (siempre lo hacía desde que por accidente vió las tetas de Sabrina en la nochevieja pasada).

Saliendo de la cocina Anselmo se dirigió al armario del dormitorio para vestirse. Tras pelearse con los viejos harapos y relicarios de su abuelo encontró unos vaqueros estrechos y una camisa blanca sin diseño que fueron suficiente para adecentar su imágen. Pena que su único calzado eran unas bambas desteñidas.
 Se asomó a la salita, la imagen que se veía era la de su abuelo mirando la tele como quien contempla embobado las musarañas. Anselmo meneó la cabeza de lado a lado. La vida había sido bastante rencorosa con él, tanto para convertir lo poco que le quedaba de familia en una broma cruel, un ancla encadenado a su cuello.

-Abuelito Pin, me marcho

El abuelo no reaccionó. Anselmo decidió no dar importancia y abrió la puerta del piso, saliendo con un portazo. El abuelito Pin despertó de su ensimismación,  se dirigió a la ventana y esperó hasta ver a su nieto salir por la acera.

-Vergüenza de invertido, a ver si madura.

Tras blasfemar, el abuelito Pin volvió la atención a la tele, donde se emitía anuncios de aceites Johnson's baby (producto de interés para el abuelito Pin). Al rato de irse Anselmo, unos pisos más arriba comienza a sonar una cinta de Raphael. Seguramente del piso de Marisa. El abuelito Pin aprovechó esta enojosa interrupción para calmar su sed. Se dirigió rodando a la cocina.

Ya en la cocina, abrió el frigorífico: una empanada blanducha de pixto, una jarra de agua con "cositas" verdosas flotando, un par de cartones de leche Pascual bastante abollados...No había mucho pero sí lo que buscaba: un tetrabrick de vino tinto "Don Nino". Estaba en la estantería más alta de la nevera, pero nada que no pudiera tirar haciendo uso del cepillo de barrer.

Meneando varias veces el cepillo consiguió su tesoro. Un vino "Don Nino" sólo era recomendado su uso para cocinar carnes, intentar ingerirlo es extremadamente peligroso o eso dicen los expertos. Pero para el abuelito Pin  era suficiente con total de poder paliar los efectos del aburrimiento y la insidia de escuchar Raphael.

Entre sorbo y sorbo de "Don Nino" y un vistazo a la atractivamente enlacada presentadora de televisión, el abuelo mataba el rato. Oscurecía por la ventana, atenuando el reflejo del paisaje urbano-madrileño en las gafas del abuelito Pin mientras ganaba brillo  la pantalla de la tele.

De repente, el abuelito Pin sufrió una de las pruebas fisiológicas más duras que sufren casi a diario los miles de millones de humanos que habitaban la Tierra: cagalera. Su vientre empezó a hincharse, volviendo del revés las varices que decoraban los alrededores de su grasiento ombligo.

-Dios coño.

El abuelito Pin comenzó a dirigirse al baño mientras refunfuñeaba la ausencia de su nieto Anselmo, el cual sin él se le planteaba costoso tener que realizar el ejercicio de las "sillas musicales " que supone el moverse desde la silla de ruedas al retrete.

Sus movimientos eran torpes. Él los culpaba al estado de su silla de ruedas, pero las sillas de ruedas defectuosas no serpenteaban tan exageradamente, como sí hacían los conductores excesivamente alcoholizados en sus coches. El dolor de tripas se volvió aun más punzante.

-¡Aaaagh macagoncima Virgen María!

El abuelito Pin frenó en seco para retorcerse sobre sí mismo.  Los espasmos provocaron que su vejiga se relajara, soltando los ácidos úricos que antes se hallaban en un tetrabrick de "Don Nino". El suelo del pasillo comenzó a encharcarse en orines verdiamarillentos (color similar a los poloflash de Lima/Limón).

Las leyes de anatomía humana aplicadas al cuerpo del varón dictan que cuando se tiene necesidad de orinar acompañada de la necesidad de excretar, ambos procesos suceden casi simultaneamente debido a que el famoso y misterioso "Punto G" imposibilita que se pueda excretar sin contener las ganas de orinar.
Pero en contra de las leyes el ano del abuelito Pin tras los gajes de la guerra siempre andaba atascado. Y el ano es una puerta estanca muy dura y difícil de abrir sin sentarse de cuclillas. Dicha continencia acrecentó el dolor.

El abuelito Pin rodó como pudo hacia  el baño, pero el reciente charco de orina actuó como si de un elemento cómico de la serie "Los autos locos", haciendo resbalar la silla de ruedas y cayéndose de ella. El abuelito Pin intentó recomponerse y se arrastró con cuidado sobre su propio meado. Entró al baño usando sólo sus brazos, e intentó subirse a la taza del váter, que si era una tarea difícil de realizar desde una silla de ruedas, se volvía  toda una proeza épica levantarse desde el suelo.

-Putos rojos de mierda, ma'lisiaron los cabrones- se quejó el abuelito Pin.

 Agarrando la taza del váter con sus voluptuosos brazos, intentó alzarse por encima del borde. Pero un cúmulo de espasmos musculares, fluidos fecales y tiranteces cartilaginosas invadieron el bajo torso del abuelito Pin, como tropas de los Aliados sobre Alemania. Sus cicatrices de guerra comenzaron a rezumar sudor, pus y sangre. Alaridos y chillidos fueron gritados. Temblores peligrosamente fuertes aporrearon el suelo del baño.

¡¡¡¡FLOOOOOOORCHHHHHH!!!!

Las cicatrices se abrieron, aflorando conductos intestinales. Tropezones de mierda diluida en jugos gástricos salieron desperdigados. El ombligo del abuelito Pin se convirtió en un géiser de caca. NO, un géiser NO, era un Vesubio iracundo que habría arrasado con el Imperio Romano  o cualquier otro reino venidero.

-¡MACAGO MACAGO!

No podía creer lo que pasaba. Pero el asunto no se detuvo. El ano comenzó a ceder extrañamente. Primero se asomó un prolapso anal de un rojo tan fuerte como el de un hierro calentado en la fragua de Hefesto, luego en el estrecho orificio del prolapso asomó un diminuto pilón-hormigón de heces ennegrecidas, que retrocedió adentro para implosionar; luego la implosión reventó el prolapso cual impacto de meteorito apocalíptico. El baño se llenó de mierda y de trocitos de forro duodenal como si de una película de Wes Craven se tratara. Donde estaba el ano asomaba un poco de intestino grueso, si es que se podía llamar intestino grueso a una cañería que soltaba popó licuado cual catarata del Niágara.


El abuelito Pin se hallaba impávido ante tal suceso. Luchando contra esa avería de fontanería que era su cuerpo, intentó arrastrase al teléfono, con la esperanza de poder pedir ayuda a Marisa. pero su culo, ahora con el nuevo conducto de duodeno sobresaliendo, comenzó a hacer aun más fuerza. Lo que antes era su pestilente trasero ahora era un turbopropulsor que nada tenía que envidiar en cuanto a post-combustión a un caza F-14.

-¡ÑIEEEEEEEEEEEEEEEGGGGGHHHHHH!

Durante un breve periodo de tiempo, el abuelito Pin se convirtió en un misil intercontinental, ya no le hizo falta arrastrarse, ahora volaba a ras del suelo a velocidades vertiginosas. Pero la acrobacia aérea duró poco, ya que se estrelló contra la cocina. El impacto fue tal que el cráneo del abuelito Pin se hundió transversalmente sobre su caja torácica, recorriendo todo el saco visceral hasta llegar al accidente de mierdas y tripas que era su sistema digestivo. En un último aliento, el cuerpo del abuelito Pin reconcentró todos los gases gastrointestinales como si fuese el colapso de una estrella.

El cuerpo chorreante de mierda se hinchó tanto como un zeppelin, para después estallar con brutal fuerza. Costillas embadurnadas en heces como si fueran churros del domingo en chocolate salieron disparadas en todas direcciones, fragmentos de huesos y mierda seca se dispersaron como metralla, mezclas gelatinosas de cartílagos  poco elásticos y zurullos estampados con judias pintas pobremente digeridas rebotaron como perdigones. Una onda expansiva digna de un incendio de gas natural se aplastó contra las paredes.

El piso donde vivia Anselmo y su (ya difunto) abuelo  reventó como si fuera una imitación de lo sucedido al abuelito Pin. Las ventanas del barrio estallaron en diminutos cristales, algunos pisos superiores se derrumbaron masacrando cualquier fiesta con música de Raphael. El escándalo fue brutal, bomberos, ambulancias y policias tomaron la zona.

Anselmo, volviendo del concierto, llegó al barrio media hora después de la explosión. Estaba lleno de una mezcla de sudores que se podrían considerar demasiados variados para ser de una misma persona.  Pero si venía en busca de una buena ducha, encontró algo distinto. Reconoció que de aquellos pisos destrozados el suyo era uno de ellos.

Sólo pudo decir una cosa:

-Mierda...